Emilio almorzó en
el Bogarín sabiendo que en cuanto
saliera sería arrestado. Por eso se decidió a pagar por la colación completa,
que incluía pan, jugo y postre. La comida le obsequiaría algunos minutos adicionales
de libertad. No tenía necesidad de leer el diario para saber que la policía le
pisaba los talones. Pero en aquella cantina se sentía con alguna seguridad.
Ningún policía con dos dedos de frente se atrevería a cruzar la puerta y
detenerlo allí dentro. Era uno de los locales preferidos por el hampa.
Miró por la
ventana. En la vereda del frente, dos agentes de civil bostezaban, lo
esperaban. Volvió a su cazuela cuando alguien desde detrás de la barra le hizo
una seña para que se acercara. Era El
Chaucha:
—Saldrás por esa
puerta, campeón. Nos juntaremos en el paradero de Freire con Salas.
—Mierda, necesito
un trago.
El Chaucha le hizo una seña a la
señora que atendía la barra, y de inmediato le sirvió un cortito a Emilio:
—Escucha, estás
metido hasta las orejas en esto, así es que desde este momento, si quieres mantenerte
lejitos de la yuta, me vas a hacer caso en todo lo que te diga, ¿entendido?
—Comprendo, pero
antes sírveme otro.
—Ya lo escuchó,
doña…
Emilio salió
tranquilamente por la puerta trasera y no tuvo muchos problemas para llegar al
punto de encuentro. Pero entonces algo insólito ocurrió. Una chica de generoso
escote pasó junto a él, tan cerca que le rozó el brazo con uno de sus pechos.
Se sintió como tocado por una ardiente divinidad, y no pudo evitar seguir a la jovencita.
Perdió la cuenta de todo lo que caminó, pero entonces llegó hasta una vieja
casona pintada de rojo, ubicada en calle Ejército cerca de la Avenida Paicaví.
De un par de ventanas colgaba un letrero medio descolorido que decía:
MARY LAND
Club Nocturno
Chicas & Fantasías
Era evidente que si
le interesaba volver a verla debería regresar más tarde. De pronto recordó su
cita con El Chaucha y se sintió mal por haberlo dejado botado. Necesitaría
hacer las paces con aquel payaso callejero, si no quería ser encarcelado por volar
el Banco E. Pero entonces sonó su celular. Era él:
—Me la haces una
vez más y te entrego personalmente a la yuta, infeliz. Ahora escucha—dijo
cambiando el tono— si quieres ganarte algunas luquitas esta noche, estaré en la
Plaza Cruz en media hora más.
Aquel dinero era lo
que necesitaba para volver al Mary Land
por la noche. Seguramente debería colocar otro aparatito afuera de un banco, de
una financiera o de una iglesia. Así funcionaba el asunto, y estaba dispuesto a
llevar esa vida de prófugo, si conseguía lo suficiente para costearse esos
pequeños placeres. Además, la sociedad estaba hace rato podrida. Un poco de
fuego no le venía nada de mal. Caminó resuelto hacia la
Plaza Cruz y encontró al Chaucha sentado en una banca. Tras
disculparse por lo ocurrido, le preguntó por el trabajito:
—Se acabaron las
bombitas por ahora, amigo mío— El Chaucha
encendió un cigarrillo— Lo que necesito para hoy es un sicario. En un par de
horas más, a esta misma plaza llegará el
diputado V.R. en su auto, y tras dar un par de vueltas recibirá un
paquete de manos de un niño. Necesito que le dé un susto a ese idiota. Vendrá
solo, por lo que podrá bajarlo sin problemas del auto, quitarle el paquete y
darle una paliza. Pero no lo mate, lo necesitamos vivo. Le aconsejo discreción.
Los V.R. son tipos muy peligrosos y vengativos. Use esta máscara de Vendetta,
no se exponga. Después de un par de semanas nadie recordará el asunto, pero si
se emborracha y abre la boca, considérese hombre muerto.
Emilio hizo algo de
tiempo, alimentando las palomas y fumando para apaciguar los nervios ¡Cómo
necesitaba un trago! Mas era necesario
que todo saliera impecable, de lo contrario mejor se olvidaba de volver a ver a
esa chiquilla que lo deslumbró. A eso de las siete de la tarde, apareció el
auto del diputado. Se acercó cautelosamente en cuanto divisó al niño portando
una pequeña caja en sus manos. Se acomodó la máscara y atacó:
—¡Ahora sabrás lo
que es bueno, infeliz! —le gritó al parlamentario, bajándolo a golpes de su
auto y luego pateándolo en el suelo.
—¡No me mates, mi
familia te dará lo que quieras! ¡Dinero, armas, drogas, niños! —suplicaba
desesperadamente la autoridad.
Tras golpearlo algún
rato asegurándose de no herirlo de muerte, tomó la misteriosa caja y echó a
correr hacia la Avenida Manuel
Rodríguez. Un par de horas más tarde, y ya más calmado, se juntó con El Chaucha
en un bar de Paicaví llamado Chiquito.
Le entregó el encargo y no pudo disimular su curiosidad:
—¿Se puede saber qué contiene el paquete?
—Lo sabrá a su
tiempo. Por ahora, mientras menos conozca del asunto, tanto mejor. Lo hiciste
muy bien, te daré el doble de lo que acordado —le respondió El Chaucha.
—¿Por qué me
elegiste para estos trabajos?
—Porque pese a estar
acabado, sigues siendo uno de los nuestros. Y bueno, también porque esa linda
muchachita a la que irás a ver esta noche a ese mugroso cabaret, es mi hija.